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Miguel Subirá, gerente de Podoactiva, repite su experiencia de voluntariado en Bombay junto a Cooperación Internacional



Por segundo año consecutivo, nuestro gerente de Podoactiva, Miguel Subirá, junto con su mujer Coral, viajaron este verano a Bombay (India) para formar parte del proyecto Football is Life de Cooperación Internacional con el objetivo de fomentar el desarrollo de la ciudad mediante el fútbol como recurso de conversión social.

 

 

Desde el departamento de comunicación de Podoactiva hemos querido conocer en primera persona cómo ha sido su experiencia. Así nos la ha relatado Miguel:

 

El 13 de julio volvimos a sentir la misma sensación que hace exactamente un año. Nuestra llegada a Bombay nos despertó olores y recuerdos que difícilmente pueden ser contados.

 

“Todo comienza por un paso”, paso que dio nuestro director general, Víctor Alfaro, en 2017 al escribir este libro cuyos beneficios destina la Fundación Podoactiva a Cooperación Internacional entre otras ONG. El esfuerzo y la dedicación por su publicación lo hemos cambiado por sonrisas de esperanza en Govandi, uno de los barrios más pobres de Bombay, en la octava edición del proyecto Football Is Life con Pedro Herraiz como su referencia incansable de optimismo, trabajo y fe en un mundo mejor.

 

 

Entre el caos del tráfico de esta ciudad de más de diecinueve millones de habitantes pudimos abrirnos paso mi mujer y yo recordando el itinerario a seguir para unirnos a la expedición un año más. 

 

Quince días de desconexión de un mundo tan distinto, dos semanas para ayudar actuando en local, pensando en global. Misma residencia, mismo slum donde ayudar, distinto escenario.

 

Esta vez, los niños de un colegio público Rafi Nagar Hindi de Govandi serían los afortunados de recibir la extraña y a su vez esperada visita de los blancos. Las primeras noticias de la ONG india Lok Seva Sangan con quien colaboramos redoblan nuestros ánimos, ha bajado drásticamente el absentismo escolar con nuestra llegada. Clases con un ventilador para cuarenta alumnos, una chapa que ensordece al precipitarse sobre ella los monzones, pupitres de madera vieja en los que se amontonan los alumnos y sonrisas de improvisada admiración en cualquier rincón.

 

 

 

Sin perder el respeto a la India, como nos recuerda cada mañana Perico, tenemos el lujo de pertenecer a un equipo excepcional de veintiuna personas en busca del encanto de lo inesperado.

 

“Hola, ¿cómo estás?”, le pregunto el primer día a Tayyaba, responsable de la ONG India, la cual me responde: “mejor que tú”, con una sonrisa tan natural como sorprendente dada la dificultad del entorno donde nos encontramos.

 

Recibir la primera lección con solo un saludo no está nada mal para empezar.

 

Rápidamente nos distribuimos nuestras tareas, unos a jugar al fútbol y otros a enseñar inglés. Nuestra mayor lucha es inculcar una mayor disciplina y la necesidad de enseñar valores como el respeto de los niños con sus compañeros. Todas las mañanas antes de comenzar nos espera Gudlish, que no pertenece al grupo de afortunados del programa. Enseguida nos damos cuenta de que tiene dificultad al expresarse. Duele pensar que esta niña por haber nacido ahí tendrá muy complicado encontrar su hueco en la sociedad. Nos esforzamos por dedicarle algún rato libre y hacer ejercicios de dicción con ella.

 

 

Al otro lado de la carretera, en el colegio Mohsin Shail, un profesor de 30 años nos cuenta cómo uno de sus objetivos vitales se ha hecho realidad al pasar diez años dando clase en este colegio con los más pobres cuando podría haber ido a cualquiera de las mejores universidades del país. Poeta y escritor, nos regaló varios libros para conocer mejor su país, la mayor democracia del planeta.

 

Según avanzan los días conseguimos acercarnos a una pandilla de chavales que tratan de llamar la atención disimulando su deseo de participar en el programa. Finalmente logramos que se unieran varios días y se alejaran del peligroso y frecuente mundo de la droga y el trapicheo que liquidan cualquier esperanza de un mundo mejor para ellos.

 

 

En los restaurantes de comida rápida (lujo reservado solo para el fin de semana), en los autobuses de línea o en el tren, cualquier sitio era propicio para interactuar con los indios, que te preguntaban con abierta curiosidad por tu país de procedencia y qué hacías en una zona no apta para turistas. A nuestro ofrecimiento de que nos acompañaran algún día a la casa de acogida de la Madre Teresa o al orfanato o al slum, su respuesta fue sin duda la de unirse a la expedición, con el orgullo de saber que contamos con ellos y nosotros con la gratitud de su generosidad.

 

Más de dos mil horas es el trabajo que deja nuestro grupo en favor de los más necesitados. Nacho Ciprés sigue al pie del cañón en Govandi y ya espera al siguiente contingente que da continuidad al proyecto y mantiene la ilusión entre los más desfavorecidos.

 

Vuelta a casa, otros olores, otras sensaciones que luchan con las vividas estos días. Un país diferente, unos jóvenes cooperantes (con una edad media de 20 años) entregados y una labor que suma, que suma y multiplica. Y no solo por la grandísima satisfacción de las personas de la ONG local, de los directivos y profesores del colegio y de los cientos de niños y niñas beneficiados, sino también por la transformación personal “sufrida” por cada uno de nosotros, que nos lleva a mirar la realidad con mayor sensibilidad y a desear formar parte del cambio, en Bombay, en Zaragoza y donde nos encontremos.

 

 

Conoce cómo fue la experiencia de Miguel Subirá, gerente de Podoactiva, en el primer año en la India con Cooperación Internacial aquí

 

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